" Bendito sea el lazo que nos une". Martin Luther King

Señor, Médico Todopoderoso, me postro ante Ti. Ya que no hay don ni merced que de Ti necesariamente no provenga, te suplico: Da habilidad a mi mano, clarividencia a mi mente, bondad y piedad a mi corazón. Dame singularidad de propósito, fuerza para aliviar la carga de los que sufren y un auténtico conocimiento del privilegio que me ha sido otorgado. Elimina de mi corazón todo engaño y frivolidad para que con la sencilla fe de un niño pueda confiar en Ti. Amén.

miércoles, 23 de octubre de 2013

LA MUJER QUE NO AMO

LA MUJER QUE NO AMO La carta decía: Te quiero infinitamente porque no te amo. No te deseo, porque las circunstancias impiden que tú seas mía. Cuando te digo las “circunstancias”, no pretendo decir –y tú lo sabes- las vicisitudes de la vida, el puesto que ocupas en el consorcio social, las obligaciones que has suscrito hacia otros. El puesto que ocupas siempre puede cambiar, las obligaciones pueden disminuir por medio de mentiras que nos recitamos a nosotros mismos. El hombre y la mujer son pequeñas máquinas ingeniosas para fabricar pretextos y justificaciones. No serás mía, no debes ser mía, por el motivo que se condensa en estas dos palabras: “porque no”. Un literato americano dedicó una de sus novelas “A mi mujer, gracias a cuya inexistencia he podido escribir este libro.” Yo, que no escribo libros, puedo dedicarte mi amor simbólico, porque concretamente no te amo; porque, a pesar del esplendor de tu frente, el magnetismo de tus ojos, la electricidad que emite tu piel, a modo de débiles ondas discretas, como el ámbar frotado, no me produces escalofríos. Te amo porque no te amo. Eres como ciertas cigarras apresadas desde miles de años atrás en una resina transparente. Eres una obra de arte no mía, que admiro en un museo; eres una tela pictórica en un templo, al cual no llegan mis dedos. Te amo porque eres inalcanzable, y lo eres porque entre tú y yo se ha establecido, sin que nos hayamos puesto de acuerdo, un pacto recíproco de no agresión, un pacto de no-amor. Tengo la seguridad de que el amor no surge en mí, o si surge no arraiga, no germina, no florece, porque yo no hago nada para animarlo. Todos los amores son desgraciados enfermizos que se aguantan en vida artificialmente, en una incubadora. Los hombres se enamoran porque quieren. Yo no quiero. Yo no quiero saber, no quiero conocer, no indago. Yo sé que te pones elegante, te pones bella, te refinas (admito que puedes llegar más lejos del refinamiento-límite) para otros, no para mí. Para otros inventas los embustes más blandos y las mentiras más temerarias, y no para mí, y yo puedo observar apáticamente tus perfidias eventuales, tal vez programadas, como el espectador de un circuito automovilístico que se coloca a prudencial distancia en las curvas propicias a la catástrofe. Yo no corro riesgos, yo me protejo porque no te amo. De tu cuerpo, de tu fisiología periódica, de tu irregular patología (incluso tendrás tus pequeños malestares) no sé nada; ignoro las pequeñas servidumbres que disminuyen la atracción. La atracción no puede disminuir en mí porque no te amo. La Dama de las Camelias se colocaba durante tres o cuatro días una camelia roja en el vestido, que puntualmente le proporcionaba una florista de la chaussée d´Antin. Todos los amantes están informados de aquella camelia roja, aunque no esté puesta en evidencia oficialmente. Yo, sin embargo, que soy un superprivilegiado, veo ininterrumpidamente la camelia blanca, porque tú eres para mí un espíritu puro, una abstracción algebraica. Las lágrimas sin sentido, los cambios de humor y las inquietudes de las otras mujeres se explican calendario en mano. Para mí tus lágrimas siempre son de naturaleza cerebral, y eso te confiere una aureola de espiritual melancolía. Tú eres para mí la mujer sin porqué, a partir del momento en que no inventas para mí tus absurdos porqués. Tus actos son siempre genialmente irracionales. Entre tú y yo nunca habrá las inevitables miserias, las sucias mezquindades del fin, porque nunca habrá principio. Nuestro amor, o por lo menos el mío, es el más bello de todos los amores porque entre tú y yo el amor nunca existió. Y para terminar, amiga mía, sigue siendo bella, imprevista, insólita y fuera de lo normal. Me gustas así porque eres la mujer que no amo. Esta carta es de las que no piden una respuesta, pero dado que la mujer (aquella mujer) era un ser exquisitamente irracional, para no perder tiempo en buscar un sobre, un papel y una pluma le telefoneé: - Pero ¿no te das cuenta, cretino, de que ninguna mujer ha recibido jamás una declaración de amor tan completa? Mi marido está de viaje, tal vez por culpa de una mujer. Ven al mediodía y tomaremos un drink.
Dino Segre (Pitigrilli)

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