" Bendito sea el lazo que nos une". Martin Luther King

Señor, Médico Todopoderoso, me postro ante Ti. Ya que no hay don ni merced que de Ti necesariamente no provenga, te suplico: Da habilidad a mi mano, clarividencia a mi mente, bondad y piedad a mi corazón. Dame singularidad de propósito, fuerza para aliviar la carga de los que sufren y un auténtico conocimiento del privilegio que me ha sido otorgado. Elimina de mi corazón todo engaño y frivolidad para que con la sencilla fe de un niño pueda confiar en Ti. Amén.

jueves, 31 de octubre de 2013

J.J.Benítez

GRETA GARBO

LA MISION

EL CUELLO DE CAMISA

El cuello de camisa Hans Christian Andersen Érase una vez un caballero muy elegante, que por todo equipaje poseía un calzador y un peine; pero tenía un cuello de camisa que era el más notable del mundo entero; y la historia de este cuello es la que vamos a relatar. El cuello tenía ya la edad suficiente para pensar en casarse, y he aquí que en el cesto de la ropa coincidió con una liga. Dijo el cuello: -Jamás vi a nadie tan esbelto, distinguido y lindo. ¿Me permite que le pregunte su nombre? -¡No se lo diré! -respondió la liga. -¿Dónde vive, pues? -insistió el cuello. Pero la liga era muy tímida, y pensó que la pregunta era algo extraña y que no debía contestarla. -¿Es usted un cinturón, verdad? -dijo el cuello-, ¿una especie de cinturón interior?. Bien veo, mi simpática señorita, que es una prenda tanto de utilidad como de adorno. -¡Haga el favor de no dirigirme la palabra! -dijo la liga-. No creo que le haya dado pie para hacerlo. -Sí, me lo ha dado. Cuando se es tan bonita -replicó el cuello no hace falta más motivo. -¡No se acerque tanto! -exclamó la liga-. ¡Parece usted tan varonil! -Soy también un caballero fino -dijo el cuello-, tengo un calzador y un peine. Lo cual no era verdad, pues quien los tenía era su dueño; pero le gustaba vanagloriarse. -¡No se acerque tanto! -repitió la liga-. No estoy acostumbrada. -¡Qué remilgada! -dijo el cuello con tono burlón; pero en éstas los sacaron del cesto, los almidonaron y, después de haberlos colgado al sol sobre el respaldo de una silla, fueron colocados en la tabla de planchar; y llegó la plancha caliente. -¡Mi querida señora -exclamaba el cuello-, mi querida señora! ¡Qué calor siento! ¡Si no soy yo mismo! ¡Si cambio totalmente de forma! ¡Me va a quemar; va a hacerme un agujero! ¡Huy! ¿Quiere casarse conmigo? -¡Harapo! -replicó la plancha, corriendo orgullosamente por encima del cuello; se imaginaba ser una caldera de vapor, una locomotora que arrastraba los vagones de un tren. -¡Harapo! -repitió. El cuello quedó un poco deshilachado de los bordes; por eso acudió la tijera a cortar los hilos. -¡Oh! -exclamó el cuello-, usted debe de ser primera bailarina, ¿verdad?. ¡Cómo sabe estirar las piernas! Es lo más encantador que he visto. Nadie sería capaz de imitarla. -Ya lo sé -respondió la tijera. -¡Merecería ser condesa! -dijo el cuello-. Todo lo que poseo es un señor distinguido, un calzador y un peine. ¡Si tuviese también un condado! -¿Se me está declarando, el asqueroso? -exclamó la tijera, y, enfadada, le propinó un corte que lo dejó inservible. -Al fin tendré que solicitar la mano del peine. ¡Es admirable cómo conserva usted todos los dientes, mi querida señorita! -dijo el cuello-. ¿No ha pensado nunca en casarse? -¡Claro, ya puede figurárselo! -contestó el peine-. Seguramente habrá oído que estoy prometida con el calzador. -¡Prometida! -suspiró el cuello; y como no había nadie más a quien declararse, se las dio en decir mal del matrimonio. Pasó mucho tiempo, y el cuello fue a parar al almacén de un fabricante de papel. Había allí una nutrida compañía de harapos; los finos iban por su lado, los toscos por el suyo, como exige la corrección. Todos tenían muchas cosas que explicar, pero el cuello los superaba a todos, pues era un gran fanfarrón. -¡La de novias que he tenido! -decía-. No me dejaban un momento de reposo. Andaba yo hecho un petimetre en aquellos tiempos, siempre muy tieso y almidonado. Tenía además un calzador y un peine, que jamás utilicé. Tenían que haberme visto entonces, cuando me acicalaba para una fiesta. Nunca me olvidaré de mi primera novia; fue una cinturilla, delicada, elegante y muy linda; por mí se tiró a una bañera. Luego hubo una plancha que ardía por mi persona; pero no le hice caso y se volvió negra. Tuve también relaciones con una primera bailarina; ella me produjo la herida, cuya cicatriz conservo; ¡era terriblemente celosa! Mi propio peine se enamoró de mí; perdió todos los dientes de mal de amores. ¡Uf!, ¡la de aventuras que he corrido! Pero lo que más me duele es la liga, digo, la cinturilla, que se tiró a la bañera. ¡Cuántos pecados llevo sobre la conciencia! ¡Ya es tiempo de que me convierta en papel blanco! Y fue convertido en papel blanco, con todos los demás trapos; y el cuello es precisamente la hoja que aquí vemos, en la cual se imprimió su historia. Y le está bien empleado, por haberse jactado de cosas que no eran verdad. Tengámoslo en cuenta, para no comportarnos como él, pues en verdad no podemos saber si también nosotros iremos a dar algún día al saco de los trapos viejos y seremos convertidos en papel, y toda nuestra historia, aún lo más íntimo y secreto de ella, será impresa, y andaremos por esos mundos teniendo que contarla. FIN

miércoles, 23 de octubre de 2013

Calzedonia

Gae Aulenti



Gaetana Aulenti (Palazzolo dello Stella, Udine, 1927 - Milán, 31 de octubre de 2012) fue una arquitecta italiana.[1] En 1954 se licencia en la Facultad de Arquitectura del Politécnico de Milán, y empieza su decenal colaboración con la redacción de la revista Casabella dirigida por Ernesto Nathan Rogers. Aulenti es una de las pocas mujeres que han dejado un profunda huella, a veces polémica, en la arquitectura internacional, así como en la escenografía teatral y en el diseño industrial. Entre sus proyectos arquitectónicos más destacados cabe señalar las reformas del Palazzo Grassi de Venecia y del Museo de Orsay de París, que propiciaron muchos encargos posteriores, como el Pabellón de Italia en la Exposición Universal de Sevilla 1992 y la reforma del Palacio Nacional de Montjuïc (Barcelona), actual sede del MNAC.

LA MUJER QUE NO AMO

LA MUJER QUE NO AMO La carta decía: Te quiero infinitamente porque no te amo. No te deseo, porque las circunstancias impiden que tú seas mía. Cuando te digo las “circunstancias”, no pretendo decir –y tú lo sabes- las vicisitudes de la vida, el puesto que ocupas en el consorcio social, las obligaciones que has suscrito hacia otros. El puesto que ocupas siempre puede cambiar, las obligaciones pueden disminuir por medio de mentiras que nos recitamos a nosotros mismos. El hombre y la mujer son pequeñas máquinas ingeniosas para fabricar pretextos y justificaciones. No serás mía, no debes ser mía, por el motivo que se condensa en estas dos palabras: “porque no”. Un literato americano dedicó una de sus novelas “A mi mujer, gracias a cuya inexistencia he podido escribir este libro.” Yo, que no escribo libros, puedo dedicarte mi amor simbólico, porque concretamente no te amo; porque, a pesar del esplendor de tu frente, el magnetismo de tus ojos, la electricidad que emite tu piel, a modo de débiles ondas discretas, como el ámbar frotado, no me produces escalofríos. Te amo porque no te amo. Eres como ciertas cigarras apresadas desde miles de años atrás en una resina transparente. Eres una obra de arte no mía, que admiro en un museo; eres una tela pictórica en un templo, al cual no llegan mis dedos. Te amo porque eres inalcanzable, y lo eres porque entre tú y yo se ha establecido, sin que nos hayamos puesto de acuerdo, un pacto recíproco de no agresión, un pacto de no-amor. Tengo la seguridad de que el amor no surge en mí, o si surge no arraiga, no germina, no florece, porque yo no hago nada para animarlo. Todos los amores son desgraciados enfermizos que se aguantan en vida artificialmente, en una incubadora. Los hombres se enamoran porque quieren. Yo no quiero. Yo no quiero saber, no quiero conocer, no indago. Yo sé que te pones elegante, te pones bella, te refinas (admito que puedes llegar más lejos del refinamiento-límite) para otros, no para mí. Para otros inventas los embustes más blandos y las mentiras más temerarias, y no para mí, y yo puedo observar apáticamente tus perfidias eventuales, tal vez programadas, como el espectador de un circuito automovilístico que se coloca a prudencial distancia en las curvas propicias a la catástrofe. Yo no corro riesgos, yo me protejo porque no te amo. De tu cuerpo, de tu fisiología periódica, de tu irregular patología (incluso tendrás tus pequeños malestares) no sé nada; ignoro las pequeñas servidumbres que disminuyen la atracción. La atracción no puede disminuir en mí porque no te amo. La Dama de las Camelias se colocaba durante tres o cuatro días una camelia roja en el vestido, que puntualmente le proporcionaba una florista de la chaussée d´Antin. Todos los amantes están informados de aquella camelia roja, aunque no esté puesta en evidencia oficialmente. Yo, sin embargo, que soy un superprivilegiado, veo ininterrumpidamente la camelia blanca, porque tú eres para mí un espíritu puro, una abstracción algebraica. Las lágrimas sin sentido, los cambios de humor y las inquietudes de las otras mujeres se explican calendario en mano. Para mí tus lágrimas siempre son de naturaleza cerebral, y eso te confiere una aureola de espiritual melancolía. Tú eres para mí la mujer sin porqué, a partir del momento en que no inventas para mí tus absurdos porqués. Tus actos son siempre genialmente irracionales. Entre tú y yo nunca habrá las inevitables miserias, las sucias mezquindades del fin, porque nunca habrá principio. Nuestro amor, o por lo menos el mío, es el más bello de todos los amores porque entre tú y yo el amor nunca existió. Y para terminar, amiga mía, sigue siendo bella, imprevista, insólita y fuera de lo normal. Me gustas así porque eres la mujer que no amo. Esta carta es de las que no piden una respuesta, pero dado que la mujer (aquella mujer) era un ser exquisitamente irracional, para no perder tiempo en buscar un sobre, un papel y una pluma le telefoneé: - Pero ¿no te das cuenta, cretino, de que ninguna mujer ha recibido jamás una declaración de amor tan completa? Mi marido está de viaje, tal vez por culpa de una mujer. Ven al mediodía y tomaremos un drink.
Dino Segre (Pitigrilli)