" Bendito sea el lazo que nos une". Martin Luther King

Señor, Médico Todopoderoso, me postro ante Ti. Ya que no hay don ni merced que de Ti necesariamente no provenga, te suplico: Da habilidad a mi mano, clarividencia a mi mente, bondad y piedad a mi corazón. Dame singularidad de propósito, fuerza para aliviar la carga de los que sufren y un auténtico conocimiento del privilegio que me ha sido otorgado. Elimina de mi corazón todo engaño y frivolidad para que con la sencilla fe de un niño pueda confiar en Ti. Amén.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Rocío Jurado

Miguel Hernandez- Nanas de la cebolla / J.M. Serrat

Masoquismo


La algolagnia pasiva se conoce, por antonomasia, con el nombre de masoquismo. Este término evoca al barón alemán Leopoldo von Sacher Masoch, que vivió de 1835 a 1895. Fue profesor de Historia y novelista. Sus obras más conocidas son: Venus con pieles, El último rey de los magiares y La mujer divorciada o la historia erótica de un idealista.
En la Venus con pieles, Severino (el mismo autor) es un individuo dominado por su esposa Wanda. Esta tiene un amante, Greco, que pega al marido el cual se siente contento y complacido con ello. Wanda von Dujan es una figura real, una obrera que vivió mucho tiempo con Masoch, antes de casarse con él, y que colmó sus extrañas ansias de ser golpeado y humillado según la variedad de maneras que describe en sus libros. Toda la teoría del masoquismo está en los “contratos” firmados entre Wanda von Dujan y Sacher Masoch que fueron publicados en su día por Shlichte Groll. En ellos pueden leerse cosas tan curiosas como las siguientes: “¡Esclavo! Os acepto como mi esclavo y os tolero a mi lado, bajo estas condiciones: que renunciéis absolutamente a vuestra personalidad; no tendréis otra voluntad que la mía; seréis en mis manos un instrumento ciego, cumpliréis mis órdenes sin discutirlas; yo tendré el derecho de castigaros y corregiros sin que os quejéis; si os otorgo algo fácil y agradable, será tan sólo un favor por mi parte y tendréis que darme las gracias por ello. Nunca podréis considerarme en culpa; yo no tendré deber alguno, no seréis hijo, ni hermano, ni amigo de nadie, sino mi esclavo en el polvo. Me pertenecéis en cuerpo y alma; pondréis bajo mi autoridad vuestras sensaciones y sentimientos, incluso cuando esto os procure un gran sufrimiento…Me será permitida la mayor crueldad; aunque os hiciera pedazos, no podréis quejaros. Trabajaréis para mí como un esclavo; besaréis, sin protestar, mi pie que os pisa y esto también cuando yo nadase en la abundancia y os dejase en las privaciones. Podréis abandonaros a mi voluntad, pero no podréis iros sin mi consentimiento; en caso contrario, tendré el derecho de torturaros hasta la muerte con todos los tormentos imaginables. Fuera de mí no sois nada; para vos, yo lo soy todo: vida, felicidad, porvenir, tormento, alegría… Haréis, por mi orden, el bien y el mal; y llegaréis a ser criminal por mi voluntad, si yo exijo que cometáis un delito. Yo soy vuestra soberana, la dueña de vuestra vida y muerte; me pertenecen vuestro honor, vuestra sangre, vuestra inteligencia y vuestra capacidad de trabajo. Nunca os devolveré la libertad; si las cadenas de mi dominio llegaran  a seros demasiado pesadas, siempre podréis mataros.” El barón Leopoldo von Sacher Masoch escribió al pie de tal contrato: “Me obligo, bajo palabra de honor, a ser esclavo de Wanda von Dujan, como ella me lo pide, y a plegarme, sin resistencia, a todo lo que ella quiera de mí. Leopoldo, caballero de Sacher Masoch.”
La vertiente dolorosa del erotismo, en cuanto a la más frecuente realización práctica, esto es, la algolagnia pasiva física, se relaciona preferentemente con la piel. En el flagelantismo, los azotes persiguen la excitación y el placer sexual. Esta práctica tuvo amplia difusión en la Edad Media, y acabó, en cuanto a fenómeno masivo – existió durante mucho tiempo la secta de los flagelantes-, a principios del siglo XIX, aunque todavía en  1880, había casas con cuartos de tortura, como el famoso establecimiento de Teresa Berkeley, en 28 Charlotta Street, en Londres, con potro y otros aparatos para los que deseaban ser flagelados. En vista de los beneficios logrados por Teresa Berkeley muchas mujeres la imitaron y se anunciaron como “masajistas severas”.